Manolo es un amigo de mi padre, es agricultor y un hombre sencillo. Trabaja la tierra junto a su hijo que al igual que él, casi sin recursos, lucha día a día para comer y sacar “unos kilitos” para vivir. Estando yo en Cuba Manolo se presentó en mi casa, venía sudado y muerto de sed. Había ido a ver un abogado porque “la policía había metido a su hijo preso”.
Una mañana de principios de diciembre su hijo recibió una citación de la policía, debía presentarse en el sector de su pequeño pueblo dos días más tarde a las 8 de la mañana. Al llegar a la estación encontró una docena de hombres –aquellos conocidos en el pueblo por “vagos”, “delincuentes” y/o “masetas”- que también esperaban. Pasó una hora y nadie le atendía, así que decidió preguntarle al oficial de guardia, el por qué de la citación y el por qué después de una hora nada sucedía en aquel lugar. El policía le dijo –como si de la cosa más normal del mundo se tratara- que tenía que estar allí hasta que ellos estimaran conveniente. El “guajiro” -como le conocen en el pueblo- no estuvo de acuerdo con dicha respuesta y solicitó hablar con el oficial superior, lo que devino en una discusión con acusaciones, por parte de la policía, de desacato a la autoridad, alteración del orden público y otras imputaciones que no recuerdo.
Manolo estaba desesperado, el hijo había ingresado en prisión y ellos no sabían el por qué. Nunca supieron por que lo habían citado a la unidad de la policía, y nunca supieron por qué ahora era tratado como un “delincuente común”.
Ni mis padres ni yo podíamos creer semejante locura, parecía sacada de una historia de ficción, pero era real. Ahí estaba Manolo para corroborarnos que en Cuba existe una dictadura, donde se violentan los derechos más elementales del ser humano cuando el poder así lo estima conveniente.
El guajiro pasó el fin de año en prisión, sin juicio legal o una causa conocida por él o su familia. Hoy -gracias a la mano de ese abogado y de Dios- el hijo de Manolo está libre, así como el policía responsable del fin de año más traumático de sus vidas. Mientras, la vida en Cuba sigue igual, los ciudadanos van a la policía si son citados, esperan todo el tiempo del mundo si así lo estiman conveniente los oficiales de guardia, van a prisión si osan protestar o reclamar sus derechos, y los abusadores siguen en el poder y además presumen de ello.